martes, 6 de febrero de 2018

EL NARGUILE MALDITO


La historia surge a raíz de un ejercicio que consiste en utilizar las palabras marcadas para crear una historia (marcadas en negro). Espero que lo disfrutéis:




Esta es la historia de Juan, el vástago de gran familia residente en Madrid. Es un chico joven de treinta años, que está en el paro y con una hipoteca muy elevada que ya no puede pagar. Pero también es un chico muy positivo y cree que algún día su perseverancia le recompensará y de algún modo le sonará la flauta. Piensa, que el destino de su vida dará un giro que quizás vuelva a encauzar su vida y no vuelva a tener que sufrir más penurias.

Un día, al levantarse de la cama, recordó que su difunto padre le había mencionado una ciudad misteriosa en Asia, en la cual  había oído hablar de un valioso narguile. Su padre le había  contado tantas  veces aquella historia… Resulta, que remontándonos a la época colonial holandesa, hubo unos exploradores flamencos que lograron encontrar las ruinas de un importante templo Hindú. En su interior se encontraba el valioso objeto, el cual fue descubierto durante un saqueo al gran templo  de Akshardham  en Nueva Delhi.

Cuentan los oriundos que en su interior hubo multitud de objetos valiosos, joyas preciosas, sortijas de oro, vasijas bañadas en plata… Todos ellos fueron desvalijados, excepto un narguile: una pipa de oro que se utilizaba en todas las celebraciones importantes de la ciudad.

Según las leyendas de los nativos, esta pipa se utilizaba en una ceremonia primitiva con la intención de alejar los malos espíritus. Se hacía el primer día del año, y consistía en depositar en el recipiente todas las cosas malas que te habían sucedido durante el año y escribir los malos pensamientos. Según lo que recordaba de la historia de su padre, cuando todos los habitantes del pueblo habían escrito todo, un monje quemaba los papeles con el narguile y luego  expandía el humo por el exterior del templo.  De esta forma   todo el pueblo tendría un años prósperos en las cosechas y en lo personal, y por eso quizás fuera tan valioso y podría obtener un buen saco de billetes si lograba hallarlo y posteriormente encontrar al coleccionista adecuado. Por lo tanto, estaba a punto de embarcarse en una misión.

Sin pensárselo un segundo más determinó subir al primer vuelo que le conduciría a la India, gastándose todos los ahorros que le quedaban en un proyecto en el que se jugaba su futuro presente, sin la certeza de cómo saldría.

Al llegar al aeropuerto de Adolfo Suarez, en Madrid Barajas, acudió raudo y veloz  al mostrador para preguntar cuando salía el próximo vuelo desde Madrid hasta Nueva Delhi. En él estaba una mujer que le atendió con mucha amabilidad y le dijo que hoy era su día de suerte, y que se diese prisa porque solo quedaba un billete y el avión partiría  en menos de dos horas.  Juan compró el billete y sin demora fue a la puerta de embarque.

El vuelo era a las dos de la tarde y duro once horas,  llegando a su destino a las dos de la madrugada. Pero no había calculado bien la duración del vuelo, y sin querer se topó en una ciudad desconocida a altas horas de la madrugada.

Decidió dar un rápido vistazo a la zona y buscar un sitio donde pasar la noche. Había llevado dinero suficiente para pasar unos días holgadamente en la ciudad, pero lo que sucedió es que todos los hoteles y hostales por los que pasó estaban cerrados. Así que finalmente se fue a dormir a un parque cercano detrás de unos árboles, donde paso la noche. A la mañana siguiente ya buscaría con más tranquilidad la forma de encontrar información relacionada con el  narguile.

Juan no pudo pegar ojo en toda la noche, debido al miedo por ser atacado por algún ladrón o mendigo, pero enseguida se acordó que allí no había ido de vacaciones y que tenía que encontrar lo antes posible el narguile, para así venderlo y conseguir dinero para poder pagar sus deudas. Pero antes de iniciar la búsqueda fue a desayunar algo en un tetería  India tradicional.  Pidió un té con galletas, pero le supo a chicha y limoná. Al concluir, pagó al camarero y fue en búsqueda del templo en donde según las palabras de su padre se encontraba lo que deseaba.

A esas horas de la mañana las calles estaban a rebosar de gente, pensó que cualquiera de ellos le indicaría donde estaba el templo, así que paró a un viandante y preguntó en su flojo ingles dónde estaba el templo que buscaba.  Tras consultar a varias personas, una le indicó como había que ir, y tuvo suerte porque su destino estaba cerca, a una distancia de un kilómetro. Le resultó fácil encontrarlo gracias a la imagen de un Buda, lo que hizo que no tuviera pérdida. De momento su plan iba bien, ahora vendría lo más difícil.

El templo estaba abierto las veinticuatro horas del día para sus fieles, era muy espectacular  por su grandeza y sus impresionantes figuras de ídolos religiosos. Juan no sabía con exactitud dónde estaba el narguile, si existía de verdad o si era un invención de su padre, pero ya era tarde para pensar en ello.  En esos momentos se encontraba en un templo Budista de más de quinientos años de antigüedad buscando una reliquia que con un poco de suerte igual le sacaba de la pobreza.

Hizo una visión general por el templo pero no supo dónde buscar. Había vitrinas con objetos pero ninguno era el que buscaba, y tampoco podía ir preguntando a la gente donde estaba y si conocían el narguile, porque llamaría mucho la atención. Pero de repente, se acordó de que su padre solía decir que aquellas reliquias tan valiosas solían estar en las tumbas de los monjes Budistas más importantes. Él no conocía ninguno, pero pensó que igual estaba en la tumba del monje budista al que estaba dedicada el templo.             Recorrió los extensos pasillos en su búsqueda, y finalmente encontró una que sin lugar a dudas podía ser, ya que era las más grande y mejor conservada. Sin dudarlo, sacó de su bolsillo una pala que había encontrado en unas obras que había cerca, y, aprovechando que no había gente alrededor, empezó a abrirla. En un par de palazos fuertes consiguió abrir la tapa del nicho, y al momento estalló de alegría: el objeto que tanto había deseado encontrar se encontraba ante sus ojos.  Sin perder tiempo extrajo su tesoro y lo depositó en una bolsa de plástico que tenía preparada para la ocasión, y salió de templo a la velocidad del rayo.

Pero justamente, oyó disparar una pistola dándole el alto, se giró y se topó con un policía encañonadle y pidiéndole que se detuviera al momento. Los monjes, al escuchar el ruido avisaron a la policía y estos acudieron al instante. Posteriormente llevaron a Juan a la comisaría más cercana, donde fue acusado de hurto con la consecuente condena de cadena perpetua por extraer reliquias religiosas. Con lo cual, acabó lo que le quedaba de vida con los huesos entre rejas, en una cárcel extranjera y sin nigua opción de recurrir a la libertad.
 

 
AUTOR: Fernando Tolivar

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