Esti les explicó, que había pasado la noche, con nerviosismo, pero a la vez tranquila porque sabía que no le pasaría nada. Les contó que llegaron sobre la misma hora que otros días, le dieron unos sándwiches precocinados, mixtos y de jamón y queso, acompañados de dos botellines de agua, que se habían quedado calientes.
Esti estuvo atenta a las voces de los dos hombres para cerciorarse de que en realidad eran las de Juan y Jesús, y efectivamente pudo comprobar que eran las suyas, a pesar de lo poco que hablaron.
Mientras desayunaban sonó el timbre.
Esti, al instante, corrió a esconderse por si eran Juan y Jesús.
Miguel fue el encargado de abrir la puerta, y al hacerlo vio que era el constructor, que llevaba un maletín negro de cuero bueno, de hombre de

Miguel fue a avisar a Nati de que ya había llegado Jesús.
- No te esperaba ver tan pronto. – Dijo Nati.
- Tengo muchas cosas que hacer, y he preferido venir a primera hora para zanjar el trato cuanto antes.
- Pues estupendo, has llegado en el momento oportuno, justo iba a hacer las compras...
- Aquí te traigo el dinero del adelanto que me pediste, están los cien mil euros. Mañana vendré con un notario para firmar la venta de la casa, y tenerlo todo en regla.
- ¡Muchas gracias! - contestó Nati -... ¡oye! con las prisas se me ha olvidado ofrecerte un café, supongo que a estas horas igual tienes un poco de hambre…
- ¡Muchas gracias! pero tengo mucha prisa, mañana después de firmar, me lo tomare encantado.
- Lo dicho, mañana nos vemos.
- Que tengas un buen día.
En cuanto Jesús se fue, Miguel cogió una maleta irrompible que había comprado el día anterior, y la llenó de papel de periódico.
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